Dirty, uno de los discos más discutidos de Sonic Youth, cumplió veinte
años el año pasado. ¿Pero qué pasaría si alguien lo escucha por primera vez hoy, en 2013?
Seguramente se sorprendería de todo lo que puede encontrar ahí adentro, en ese
pequeño resumen de la obra de la banda neoyorquina.
Pienso. Es raro escuchar
un disco por primera vez cerca de su aniversario número veinte. Sobre todo si,
superficialmente, ese disco emana una sensación de actualidad tan notoria que
lo ubica fuera de un paradigma fácilmente identificable. Y sobre todo si es un
disco de Sonic Youth. La sensación de haberse perdido algo resulta inevitable. Sin
embargo, los comentarios, las reseñas y los rumores son casi infinitos, al
punto de que uno puede llegar a pensar que “conoce” un álbum solo por haber
escuchado un par de canciones o por saber el nombre del productor. Por otro
lado, teniendo en cuenta la trayectoria de la banda, es probable que parte
importante del espíritu que dio forma al disco haya quedado atrás hace mucho. Con
seguridad, la banda de veinte años atrás no representa de manera acabada a la
banda de hoy, en su propia actualidad. Pero, pese a eso y -también-
precisamente por eso, las ganas de escuchar hasta el último detalle se
potencian. Que el pasado se vuelva presente al menos por unos minutos resulta
interesante. Un poco tentador también. Y tratándose del cuarteto neoyorquino y
de un conjunto de canciones desconocidas, la atención incondicional tiene más
importancia todavía. Eso porque Sonic Youth es de aquellas bandas que han
logrado un estilo tan inconfundible como ecléctico. Por ende, dentro de la idea
que nos podemos hacer sobre Sonic Youth, hay muchos Sonic Youth. Tan distintos
como la enorme diferencia que existe entre aquel primer EP homónimo, de 1982, y
The Eternal, su último álbum a la
fecha, de 2009. El Sonic Youth distorsivo, punk. El Sonic Youth de base
monolítica y extensos pasajes melódicos. El Sonic Youth vanguardista en términos
de ruido y feedback, en diálogo permanente con el arte contemporáneo. El Sonic
Youth de las canciones y -también- de los estribillos. Todas partes de una
banda única en su tipo. Una banda que, lógicamente, se fue construyendo a lo
largo del tiempo y los discos, con experimentos de todo tipo y, muchas veces, con
ideas contrapuestas. Por eso, de alguna manera, no resulta raro escuchar Dirty en retrospectiva, como un eslabón
en el medio de esa historia prácticamente inabarcable en términos de volumen. Porque,
más allá de ser considerado por muchos como el disco más “comercial” de la
banda -al menos en intención y presupuesto-, Dirty tiene un poco de cada una de esas facetas y puede ser visto
como un momento bisagra en la carrera (y la identidad) del grupo. De hecho, más
allá de lo que implica simbólicamente la producción de Butch Vig (en 1992,
justo después de Nevermind y de la
mano del mismo sello de Nirvana: Geffen), el álbum no puede ser definido lisa y
llanamente como un intento de aggiornar el sonido de la banda a la explosión
del grunge. No es, como se dijo y se sigue diciendo, un álbum de Sonic Youth
intentando sonar como una banda que escuchó Sonic Youth. Antes que eso, Dirty se posiciona como heredero del
sonido de una etapa inmediatamente anterior del grupo -con Daydream Nation (1988) y Goo (1991)
como puntas de un iceberg mucho más profundo- y, al mismo tiempo, como
precursor de una depuración estética que se acentuaría con Washing Machine (1995) y alcanzaría su máxima expresión en Murray Street (2002), a partir del
vínculo con Jim O’Rourke. Eso puede verse en la distancia que hay entre
canciones como “Theresa's sound-world” y el cover de la banda
hardcore Untouchables, “Nic fit”. Ambas son interpretadas por la misma banda y pertenecen
al mismo disco pero su manera de concebir la música -la intensidad, los climas,
la razón-de-ser de una canción- es completamente distinta. Algo parecido sucede
internamente en “Sugar kane”, “On the strip” y “Chapel hill”. Cada una de ellas
tiene partes que funcionan, incluso, por oposición entre si mismas. Momentos de
tensión y expansión. Líneas de guitarras luchando y dialogando permanentemente,
discutiendo y compartiendo un mismo espacio. Sin embargo, el producto
definitivo de esas canciones está marcado por una fluidez tal que logra superar
esos momentos superficialmente antitéticos para convertirse en una línea
discursiva fuerte, coherente y, al mismo tiempo, atractiva en su riqueza a base
de disputas. Una sentencia que, a fin de cuentas, también sirve para resumir
las primeras impresiones que deja Dirty.
Un disco largo y complejo, denso. Pero un disco que resulta familiar porque
sirve para entender el camino trazado por una banda a lo largo de treinta años de
búsquedas y (des)encuentros.-
> Por Juan Manuel Pairone
:: Para escuchar Dirty de Sonic Youth completo, link... acá
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