El
debut homónimo de Peligrosos Gorriones cumple su aniversario Nro 20. Un disco
de culto, imprescindible y de gran valor emotivo para los jóvenes que fueron
parte del recambio musical y generacional en los noventas.
1993. El viejo nuevo rock argentino comenzaba a delinearse:
El hardcore beat a-go go de Los Brujos, la hibridación trashy de Babasonicos,
el shoegazing edulcorado de Juana La Loca y la relectura del sonido baggy por
Martes Menta marcaban el camino de una nueva escena que parecía llevarse todo
por delante. La correspondencia entre bandas - muchas de ellas surgidas en el
sur bonaerense-, favorecía el crecimiento en conjunto. Babasonicos hacía referencia
a la camada naciente en su tema “Margaritas”. En él, Adrián Dargelos le ponía
nombres propios a su manifiesto de unidad cantando “Babasonicos habla de paz
con: Martes Menta, Martin Menzel, Daniel Melero, Peggyn, Gustavo Cerati, Fácil
K, R.I.P., S.P.I., Los Brujos, Karina Desouza, Pablo Schanton, Cosme, Brad dealers,
Peligrosos Gorriones, Gustavo Iglesias, chau, paz...”. Era notorio que este
conjunto de personajes y bandas buscaban y percibían un cambio estético/musical
en los primeros años de la década del ’90.
Peligrosos Gorriones encajaba en la escena cargando con
sus señas personales. Se antojaban más frescos y espontáneos. No se lookeaban
de manera particular y su estilo musical tenía carácter propio. A esto
agregarle el condimento especial: su origen. Peligrosos Gorriones eran de La
Plata, la ciudad que vio crecer dos de los exponentes más radicales del rock
argentino, Los Redonditos de Ricota y Virus. Con estos últimos es con quienes
más se los comparaba, y cierto es que algo de ellos podía oírse en el sonido del grupo, pero había otro tipo
de influencias en los Gorriones. El influjo del grunge, sin su resaca
metalera-setentosa, se manifestaba en las guitarras de Coda. Resonaban ecos de
Sonic Youth en las distorsiones y la agilidad rítmica de Pixies. El indie
americano, el beat y el primigenio rock argentino, el under platense, Los Canoplas,
Mister América y Copiloto Pilato, eran parte de la imaginería de su primer
álbum Peligrosos gorriones.
Acá hacemos un stop necesario porque no sólo recordamos
este álbum por cumplirse en 2013 su 20º aniversario, sino porque Peligrosos
gorriones fue un disco que marcó a fuego a todos los que se cruzaron con él y
es casi un hecho certero que la relación con este álbum va más allá del cariño,
otorgándole un prestigio invaluable, ese mismo que se les concede a las obras
que nos hacen renacer.
Peligrosos Gorriones y su homónimo debut plantearon al
igual que Pasto de Babasonicos, Fin de semana salvaje de Los Brujos, 17
caramelos de Martes Menta, Electronauta de Juana La Loca y el compilado Ruido,
una renovación en el estancado y repetitivo medio del rock del inicio de los
noventa.
Daniel Melero - siempre Melero - y Gustavo Cerati, fueron
quienes se encargaron de agitar el avispero y brindarles su apoyo absoluto a
las bandas nuevas. Pero otro Soda Stereo tendría protagonismo en la historia de
Peligrosos gorriones, Zeta Bossio. El calvo bajista fue quien produjo y ajustó
las piezas de una banda extravagante con un andamiaje musical y lírico provisto
de una inusitada belleza próxima a la perfección.
El álbum
“Escafandra” abre el disco poniendo las cartas sobre la
mesa. Aceleración rítmica, distorsión contenida, sintes rudimentarios, y el
fraseo inexplicable dentro de una letra colmada de un imaginario surrealista.
La poética de Spinetta y las divagaciones lisérgicas de Barrett eran citas
frecuentes entonces a la hora de rastrear referentes en las palabras de
Bochatón.
“Trampa” sigue lineamientos más ortodoxos, grunge con
sintetizadores amenazantes. “Tesoro” arranca con un golpeteo tribal que
recuerda a los Cramps, quizás solo a mi por cierto, y nos predispone a la contundencia
hardcore de “El bicho reactor”. “Rayo de amor” mantiene el tempo del comienzo
del álbum: ritmo cuadrado, el omnipresente bajo de Bochatón, teclados
juguetones y final con solo de guitarra incluido. “La panza de la araña”,
aminora la marcha en una catarata de palabras que invita a relajarse. El grunge
se trasluce en el bello “Siempre acampa”: la poesía dark y la instrumentación
tornan lúgubres la canción, llegando al climax en ese desgarrador grito
repetitivo y antagónico de la palabra Alegría. Una furia chiquita se apodera de
los Gorriones y desata “Un ardiente beso”. La engañosa calma de “La mordida”
rememora al Bossanova de Pixies. “Nuestros días” y “Estos pies” llegan en plan
balada y parece manifestarse la herencia de ese cuerpo volátil llamado rock
nacional. “Cachetazo paliza al piso me caigo por infeliz…” reza la primera
línea de un nuevo castañazo, “Honda congoja y pesar”. Éste y “Cachavacha” le
imprimen vértigo al tramo final del disco. Un ritmo inusual en tiempos en los
cuales el rock argentino aminaba al cansino tranco del rock del gato. Minuto
cuarenta para el cierre contundente con “Cacería de caballos”.
Te deseo suerte...
El disco, al igual que otros de la misma época, tuvo
gran apercibimiento entre el público, los críticos y la nueva camada de
artistas. Las encuestas premian el álbum debut, MTv los rota, llegan al mercado
internacional, giran junto a otros grupos en el marco del Festival Nuevo Rock
Argentino - curado por Héctor “El Perro” Hemaides-, pero los Gorriones parecían
autoboicotear su éxito: sus shows caóticos los hicieron ganar fama de banda
deslucida, salvaje y por momentos conmovedores, pero siempre a la deriva.
Francisco Bochatón se tambaleaba entre la línea que separaba al frotman
catártico, insurgente y aniñado, del amable y desprotegido joven apresado en su
endeble oscuridad. Problemas internos y algunos cambios fugaces de integrantes
deslucieron su porvenir inmediato.
Dos años después la misma formación que grabó
Peligrosos gorriones, volvía al estudio para grabar Fuga, un contrapunto
necesario para la carrera del grupo que con este trabajo fortalecería el
arraigo a la banda por parte de los fans a la vez que instauraba la figura
icónica y apesadumbrada de ese gran cantautor que es Francisco Bochatón.-
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