viernes, 1 de marzo de 2013

Whatever Nro 12: Claravox
















Mientras Claravox estrena disco de rarezas (OHA!) y prepara la edición de la banda de sonido del nuevo corto de la cineasta Dolores Esteve, La Tierra de los Reyes con Cohetes Llameantes todavía sigue vigente en su propia deformidad y muestra a la banda en una nueva plenitud.

La Tierra de los Reyes con Cohetes Llameantes es un disco conceptual. Su temática central, la de los reptilianos y la dinastía Annunaki. No obstante, hay otra línea discursiva que recorre la totalidad de las canciones y es aquella que habla de la mutación interna de un proyecto como el de Claravox, que supo ser cuarteto y trío pero que, desde hace algunos años, está definitivamente establecido como un dúo multiforme y ecléctico a cargo de Martín Rigatuso y Facundo Rotela.
Alejados de la vertiente post-rock de su formación original -presente en sus dos primeros discos-, hoy los Claravox miran hacia adentro y, a través de la expresión pura del ruido y la distorsión, remiten al punk que los hizo crecer como músicos y como personas. Sin embargo, el espíritu de experimentación no ha caducado. Por eso, en medio del caos hay también lugar para la búsqueda de sonidos y texturas desde diferentes ópticas, con instrumentos poco conocidos y lenguajes (poéticos y musicales) en principio ajenos.
De eso se trata, entonces, La Tierra de los Reyes con Cohetes Llameantes. Sin dudas, un disco que se aleja de lo común y de lo corriente y amplía los horizontes mismos de la banda. Porque, si bien es cierto que la furia de las guitarras y el ímpetu de la batería siguen funcionando como el núcleo creativo de Rigatuso y Rotela (“Nerv nicht nephilim”, “Ángela escamas”, “Niño reptil”), son varios los momentos en los que los Claravox juegan con su propia identidad y se animan a dejar su huella en distintas tipologías de canción.
Así, dentro de ese contexto de fluidez creativa, pasajes instrumentales y coplas con referencias a My Bloody Valentine y a Atahualpa Yupanqui se mezclan con arreglos más cercanos a la línea de la banda -la exageración de las dinámicas en “Ich bin Johnny” o la batería electrónica de “Cementerio reptiliano”-. Sin embargo, la distancia prácticamente no se percibe. Todo está teñido por el mismo espíritu cuasi adolescente que destila el dúo a lo largo de todo álbum. Como si todo esto fuera, todavía, el inicio de Claravox. O, aún mejor, como si sus integrantes hubieran vuelto a nacer y estuvieran dispuestos a todo.

> Por Juan Manuel Pairone 

:: Para escuchar Claravox... acá

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