viernes, 22 de abril de 2011

Whatever Nro 6: Música sin tiempo... a 20 años de Screamadelica


:: Bobby Gillespie con la tapa de Screamadelica, 3er disco de Primal Scream.

Probablemente, hablar de lo que significa Screamadelica de Primal Scream a veinte años de su lanzamiento pueda resultar, en principio, un tanto anacrónico. No sólo hay dos décadas de distancia que marcan la existencia de nuevas formas de circulación de los discursos musicales, sino que, además, aquellos rasgos que hicieron del disco algo absolutamente novedoso en relación a su contexto de aparición, hoy parecen haber sido aprehendidos y naturalizados. No obstante, y más allá de toda especulación, Screamadelica representa, junto a Loveless de My Bloody Valentine y Blue lines de Massive Attack, una de las razones por las cuales 1991 es un año bisagra en la historia de la música popular británica.
A decir verdad, antes de este álbum, Primal Scream parecía retratar a la perfección la confusión que sentían muchos músicos del archipiélago imperial a finales de los ‘80. Particularmente, los dos primeros discos de la banda no habían sido experiencias del todo satisfactorias. La búsqueda de un sonido propio había resultado infructuosa y el destino de la banda era, al menos, incierto. Sumado a esto, con la explosión del fenómeno grunge al otro lado del océano, los resabios de la escena Madchester empezaban a hacerse cada vez más evidentes y la lógica parecía indicar una vuelta impulsiva a la hegemonía de las guitarras.
Sin embargo, un remix ocasional de un track del segundo álbum de Primal Scream ("I'm losing more than i'll ever have") a cargo del DJ Andrew Weatherall terminó siendo la base de lo que hoy conocemos como Screamadelica y significó, a la vez, una clara metáfora en tiempo presente en relación al viraje del sonido de la banda. Dejando de lado la estructura clásica de la canción, Weatherall rescató algunos elementos distintivos (algunas guitarras y una inolvidable línea de trompeta) y les agregó una base loopeada y algunos samplers. Así, a partir del reciclaje de un registro anterior de la misma banda, surgió “Loaded”, primer single del álbum y uno de los momentos más logrados de la mixtura entre rock y electrónica que representa Screamadelica.
Este hecho puntual es, en cierto punto, un resumen del espíritu que atraviesa el álbum de principio a fin. Con una producción centrada en la estética de la escena del acid house de finales de los ’80, las progresiones de elementos que van intercambiando el protagonismo tímbrico son fundamentales para el efecto de trance que logra buena parte del disco. Pero nada de eso sería posible sin la presencia de elementos de la psicodelia, la huella de los Rolling Stones, el free jazz o el gospel. Por eso, lo que se impone es la abstracción, la combinación y, en última instancia, la resignificación de lo particular en un nuevo contexto.
Ese nuevo contexto es, precisamente, todo lo que sucede en los sesenta y cinco minutos de Screamedelica. La confusión entre elementos del pasado y el presente, la proyección hacia el futuro, pero sobre todo, el libre fluir de la música. Una música sin tiempo que se nutre de todo y nutre a todos - desde Oasis a los Chemical Brothers - pero, fundamentalmente, vive por sí misma en cada una de las formas que trabaja el álbum. Por eso, veinte años después, la prueba de la inmensidad de un disco que supo mirar hacia delante se encuentra en la música y en las sensaciones sin fechas de caducidad. Si bien el contexto es otro, las canciones se mantienen intactas y la pluralidad y el orden interno del disco siguen siendo sus principales virtudes. Hace veinte o mañana, Screamadelica sigue (seguirá) siendo Screamadelica.

> Por Juan Manuel Pairone

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