miércoles, 19 de octubre de 2011

Whatever Nro 9: Cabaret Voltaire - Red mecca (30 años)






















Los altares grumosos

La historia alternativa, muchas veces escondida, esta dotada de un magnetismo y poder incuestionables. Capas y capas de nombres, obras, momentos, movimientos; un subsuelo de opciones casi infinitas.
En toda esa pshycofauna, definitivamente podemos encontrar entre sus arbustos a los Cabaret Voltaire. Ingleses ellos, formados allá en 1971, ocuparon mayoritariamente el terrero relativo a lo electrónico, al loop, al latino humano mecanizado a través de un organismo artificial.
Al principio de corte mas dadaísta, luego mas inclasificables aún dada su faceta de experimentadores collage, este grupo debe de ser considerado uno de los mas trascendentes e influyentes en la música electrónica, no solo como experimento, sino también como creadores de canciones en un género que todavía no estaba del todo maduro en ese aspecto.
La versatilidad del trío es de larga data, para terminar de convencerse basta escuchar el compilado triple  Methodology '74/ '78  (2003) donde se puede comprobar sus búsquedas sonoras. Tal capacidad de mutar es la misma que les permitió trabajar en sellos tan transgresores como  Mute e Industrial.
Teniendo grabado 2 larga duración en estudio hasta 1981 (Mix-Up y The voice of America), ese mismo año sería parido Red mecca, considerado su obra cumbre, y última grabación con su formación original, ya que luego Chris Watson parte a otros rumbos. Editado por nada mas ni nada menos que Rough Trade, resultó ser su disco más exitoso hasta ese momento. Pero más allá de la pompa de los charts, visto y escuchado, hoy 30 años a la distancia, sigue siendo motivo para perder litros de baba y cambiar de polaridad las neuronas.
Seguramente una imagen que se acerque a la hora de intentar describir el momento de escuchar el disco, sería imaginarse tratando uno de zafarse de no ser consumido por energías extrañas e invisibles, que acechan en la telaraña de hierro. Red mecca suena a eso. A persecución magnética. Una placa gigante de acero que se funde a temperaturas desconocidas, creando un calor sonoro, que quema, que te gusta que te queme.
Claro ejemplo es la sádica “A thousand ways”, una canción de diez minutos cuya médula espinal es un loop que puede volver catatónico a malquiera casi, y un balbuceo melódico con sonidos musicales que parecen nebulosas merodeando. También se escuchan imposiciones rítmicas de tipo post punk (la batería de “Red mask” tiene una acentuación casi calcada a “Insight” de Joy Division), donde hay una brutal insistencia por mantener firme de principio a fin la sonoridad exclusiva que le da esa identidad a la obra. Esa identidad del extremo Incómodo, de mensajes contra la segregación racial y la guerra religiosa, esa meca ensangrentada por el caos y el fanatismo desentendido.
A través de 9 canciones, nueve salmos contracturados, estamos invitados a tratar de peregrinar finalmente hasta aquel lugar de brutal santidad. Un camino de guitarras filosas y ritmos incesantes, inamovibles, inmutables, para marcar el paso seguro. La imagen final, la idea propia de la Mecca que se origina desde la percepción del disco, es única, es de cada uno. Incluso, muchas veces, llegamos al final sin saber en verdad que es o cual es su forma o intención real, ya que “Spread the Virus” nos deja absolutamente mareados para al final vernos frente al pequeño y final “toque de maldad”. Y así, un nuevo amanecer profético.

> Por Luis Meinberg


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