lunes, 16 de septiembre de 2013

Whatever Nro 13 - Editorial: Combat rock















Desde que en la música se concibiera un mercado para comercializarla, nunca pudo saberse a ciencia cierta cuál era el fin que esta cumplía en los consumidores: culturizar, entretener, comunicar, reflejar una época? Miles de etcéteras pueden añadirse tratando de encontrar la definición correcta o la que más se acerque a nuestra creencia ideológica con respecto al tema.
Podemos ponernos analíticos y decir que los mejores grupos de la historia de la música (con vinculo al rock) fueron aquellos que supieron romper con lo establecido, logrando autenticidad genuina, hasta el punto que una generación de jóvenes sintiera el deseo de volcarse a una nueva corriente de renovación que promueva otros conceptos, ritmos, sonidos, presentando otra manera de pensar el futuro.

Así y todo el reflejo paradisíaco siempre posee un entramado que conlleva a una encrucijada de ideales. 
Cuando las nuevas tendencias y el quebrantamiento se convierten en moda, en moneda corriente, la sutileza pasa a ser denominador común y la gracia pierde fuerza. Ahí es cuando la industria se encarga de hacer populares y convertir en dinero la transgresión, haciendo de la música un negocio con redituables ganancias. 

De ese comienzo con Elvis a la cabeza hasta nuestros días, la cultura rock se vio dividida entre los que piensan que con la popularidad y las ventas un artista se desvaloriza y pierde su mística, hasta los que creen que con la popularidad se alcanza el éxito y la trascendencia pretendida sin traicionar ningún principio artístico, sólo haciendo lo que a ellos les gusta: componer canciones para que un público las consuma a sabiendas que estas pueden ser las responsables de lograr el status y divismo clásico del rock star. Acá la joden los músicos: en el reposar absoluto de una seguridad popular que las ventas y la trayectoria crean, los artistas pierden totalmente la rebeldía y fuerza de choque contra lo que se oponían, contra aquello que les parecía falso y por cual debían contraponerse. Y es que entonces uno debe preguntarse si con la madurez del músico sus ideas cambian o si sus necesidades humanas lo hacen cambiar. Frank Zappa (irónicamente) en los 60’s titulaba a su álbum Sólo estamos en esto por el dinero, en una clara alusión al espíritu vanguardista-liberal, de cambio y apertura mental que las bandas de los 60s pregonaban, pero también haciendo saber que en todos existía una gran hipocresía: creemos en el cambio, somos el futuro, vivamos en un mundo libre, pero dennos nuestros cheque, nuestras drogas y las chicas, que sin ellas el mundo es un lugar horrible.

En la actualidad nada parece haber cambiado. Todo lo que alguna vez fue provocador con el tiempo terminó edulcorándose. Ni siquiera hablemos del estancadísimo estado de nuestro “rock nacional” donde todos quieren ver acrecentar sus cuentas y en nombre del rock las bandas propagan un patetismo y vacío ideológico, conceptual y musical que desde hace años se encarga de empantanar a los pibes en una parsimonia involutiva repitiéndoles una y otra vez las mismas melodías (pero en diferentes canciones) compuestas para asegurar su propio éxito en las FM y así tomar rédito de aquellos que ya están abducidos por las empresas y mercados de consumo.

El rock no está muertos chicos, es tiempo de que los bichos raros comiencen a apartar a los dinosaurios y reactiven el espíritu de rebeldía que alguna vez caminaba de la mano junto al rock. -

> Por Lucas Lapalma  


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