martes, 2 de agosto de 2011

Whatever Nro 8: Tanto en tan poco

The Smiths - The queen is dead (25 años)

Primero lo primero. The queen is dead  es  el disco  más  trascendente  en  la carrera  de  los  Smiths. Una  lista  de  canciones  envidiable, un  desempeño instrumental inobjetable y la sensación de estar frente a una de  esas  obras sin fisuras dan forma a un compendio de canciones  que  hoy podría  ser  catalogado como un “Lo mejor de…” casi  sin  objeciones. Sin  embargo, el tercer álbum de la banda de Manchester  no es más  que  una  de las aristas de una carrera brillante y difícilmente repetible.
Con cuatro discos impecables en apenas  cinco años, The Smiths representa como  banda  el  ideal  del  estrellato:  talento  irresistible, seducción, efervescencia y, por supuesto, fugacidad. Parodiando a íconos de  la  cultura pop como Marilyn Monroe o James Dean, el grupo  cumplió  a  rajatabla la máxima de Jim  Morrison  y  su “vivir rápido, morir joven y dejar un cadáver bonito” y en sólo un lustro inscribió su nombre en la historia del rock.
En ese corto viaje, las melodías y armonías  de  la  pareja Morrissey-Marr, el revisionismo preciso (y precioso) de una variada gama de géneros  y el componente dramático de la música  del grupo, transformaron  a  los Smiths en un punto nodal en la historia. Un fenómeno trascendental  que  logró  ir más allá de su tiempo y dio forma  a un estilo  asociado directamente  al  nombre de la banda.
Ese estilo es el que se percibe como nunca  en las diez  canciones que componen The queen is dead. Sin  ser superior  a  sus  antecesores (The smiths  y Meet  is  murder) o  al  posterior  Strangeway, here  we  come  now, el  disco muestra la plenitud del grupo como instancia de encuentro de las diferentes individualidades y está impregnado por  una  sensación  de  madurez  y  confianza-en-si-mismos que se despliega en el devenir de las canciones.
De esta manera, la performática  de Morrissey  y  el  desarrollo  de  su  lírica (con “There is a light that never goes out” como punto cúlmine), la sapiencia y simpleza de Marr a la hora  de  plantear  las  guitarras, el histrionismo del bajo de Rourke y el humanismo  de la batería de Joyce - en tiempos  de  pop hecho a base de sintetizadores - conforman  una unidad a partir de la singularidad de cada miembro que determina el sonido del disco de principio a fin.
No hacen falta más  elementos  cuando  lo  fundamental  radica  en  el  valor expresivo de la canción. Ese  es  el  concepto  de  Morrissey  y  Marr, quienes demuestran que en términos musicales hablan el mismo lenguaje. La  voz y los gestos del cantante funcionan como elementos distintivos  que las guitarras encargan de moldear desde atrás. Los arreglos aparecen sólo para dialogar con los juegos vocales. El bajo y la batería  se  acoplan  a  esta  historia de amor y completan el espectro. La mesura, en  definitiva, se impone como método.
Sin embargo, más allá de todo, la música de los  Smiths está asociada a una determinada manera de ver el mundo. En un contexto marcado por la música sintética y la hegemonía  de  la  frivolidad, The queen is dead supo resignificar los orígenes del rock, el  pop  de  los '60, las  baladas  y  la  esencia del post-punk y se convirtió en una toma  de posición clara respecto de la cultura, la política y las formas de entretenimiento de toda una época.
Quizás por eso, este disco sea el que represente de manera más acabada el imaginario de los Smiths; aquel que a través  del  humor, el drama, la ironía y las (más hermosas) canciones, logró enfrentar sus propias condiciones de producción para dialogar con su presente de manera directa y  terminó convirtiéndose en un estilo con nombre propio. - 

> Por Juan Manuel Pairone

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