viernes, 23 de marzo de 2012

Whatever Nro 11: Yankee hotel foxtrot - 10 años























Un disco que casi no sale cumple 10 años y demuestra lo poco que saben las grandes discográficas del arte de hacer canciones sin fecha de caducidad. Riesgo, cortocircuitos y autenticidad en la obra cumbre de Wilco y Jim O´Rourke.

“Un opus desaforado, un salto al vacío, una producción arriesgada y canciones que te cortan la respiración”.
Las palabras de CJ Carballo sobre Yankee hotel foxtrot son grandilocuentes, inmensas. Sin embargo, con el disco sonando, uno puede comprobar que ese énfasis reviste una precisión inobjetable que no peca de exageraciones y describe (sí, describe) el espíritu irreverente de una obra tan contundente como particular.
Basta con tomar una sección al azar de cualquiera de las canciones del álbum para darse cuenta de que ese “salto al vacío” es una realidad constatable, presente en cada pista grabada y en cada idea materializada. Algo que se percibe en cada detalle detrás de una producción sin dudas, arriesgada y al límite tanto en lo humano como en lo musical.
De hecho, todo queda expuesto desde el comienzo en la inclasificable “I am trying to break your heart”. Con instrumentos que van y vienen por el espacio y partes libradas al azar atravesadas por el raspado de un encordado de piano, la canción es una fotografía perfecta del momento del grupo: un caos organizado en el que conviven el genio compositivo de Jeff Tweedy, los aportes de Jim O’Rourke (en aquel momento, el quinto miembro de Sonic Youth) en la ingeniería de sonido, la presencia intermitente del multiinstrumentista Jay Bennet - que se terminaría yendo del grupo antes de la salida del disco - y una banda fragmentada en términos de convivencia. No obstante, ese clima de aparente indefinición ofrece, también, un terreno amplio sobre el que se despliegan arreglos heterodoxos y gestos propios de la música contemporánea que remarcan dos valores fundamentales que circulan durante todo el álbum: la libertad creativa y el riesgo permanente.
Gracias a eso, canciones en apariencia accesibles como “Kamera”, “War on war”, “I’m the man who loves you”, “Pot kettle black” y “Heavy metal drummer” -auténticos hits deudores del folk-rock y la tradición Beatle-, logran salirse de la media a partir de distintos matices y accesorios (percusiones, cuerdas, sintetizadores, instrumentos “fuera de lugar”) que enriquecen el paisaje y subvierten la dinámica clásica entre estrofa y estribillo.
Al mismo tiempo, canciones más tranquilas como “Ashes of american flags”, “Radio cure”, “Poor places” o “Reservations” trabajan en otra sintonía y reviven las sensaciones presentes al inicio del álbum. La construcción minuciosa de cada plano sonoro y el trabajo de experimentación a partir de una base instrumental sencilla (batería, bajo, guitarra acústica y piano) vuelven a resultar indispensables. A partir de esta combinación, el espacio se ensancha y el pulso lento deja lugar a una serie de texturas y colores que, con su presencia discontinua, modifican abiertamente el sentido de cada canción al desnudo y renuevan la experiencia de manera constante, en cada nueva parte.
Pero, como si se tratara de otro disco completamente distinto, Yankee hotel foxtrot también tiene entre sus filas a “Jesus, etc.”. Y en esa pieza queda demostrada no sólo la capacidad autoral de Tweedy, sino también, la virtud de la banda para mutar de formato y actuar en función de las cualidades de una canción en particular. La melodía del comienzo, la aparición multiplicada de las cuerdas y la voz principal son algo único en el contexto del álbum y enriquecen el espectro de manera definitiva, convirtiéndose, además, en el momento más singular y sobresaliente del disco.
Por eso, y aunque, paradójicamente, este lineamiento estético que hoy celebramos fuera “responsable” - por su supuesta falta de potencial comercial - del virtual congelamiento del disco a finales de 2001 y la banda haya tenido que buscar un nuevo sello para poder editarlo, la lección es clara. Yankee hotel foxtrot es un disco hecho sin ningún tipo de concesiones ni miramientos externos y el resultado sigue siendo contundente tanto a nivel artístico como a nivel discursivo. Sus canciones son pequeños desafíos musicales en los que, además, se proyectan las virtudes y las desgracias de un grupo humano en plena ebullición. Sin embargo, ese nivel de honestidad es el que, precisamente, hace de este álbum algo tan especial y poderoso. Algo capaz de “cortar la respiración” de cada oyente y, al mismo tiempo, dejar en silencio a una buena parte de la industria discográfica.-

> Por Juan Manuel Pairone


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